Alrededor del año 100 d.C., los cimientos del Castillo de Edimburgo se asentaron sobre la Roca del Castillo, una posición estratégica que definiría la historia de Escocia. Con sus imponentes vistas, este fuerte situado en lo alto de una colina era un guardián del reino. Su posición elevada le proporcionaba claras ventajas en vigilancia y defensa, transformándolo en un bastión defensivo esencial.